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Ser preso político en los años setenta
Emilio De Ipolavidas para leerlas
"Usted, doctor, es lo que llamamos un perejil. Un perejil hecho y derecho, aunque se haya graduado en la Sorbona. Sus amigos revolucionarios están afuera. Ellos se rajan y a usted lo dejan aquí". Horas después de haber sido secuestrado en su casa por un grupo de tareas, Emilio de Ípola recibió así las primeras "razones" de su detención. Era abril de 1976. Durante los siguientes veinte meses, el autor de este libro pasaría por las cárceles de Devoto, La Plata y Caseros, antes de dejar el país en un exilio forzado. No es exagerado decir que su oficio de sociólogo lo ayudó a sobrevivir. Este libro -que incluye también el texto ya clásico "La bemba"- está hecho de las memorias de aquella experiencia, de un esfuerzo por dar algún sentido a lo que solo podía justificarse en la sinrazón violenta de la dictadura. Apuntes sobre las vivencias del tiempo y el espacio en una celda estrecha donde únicamente se puede esperar, relatos sobre compañeros cuyo destino nunca se conoció, militares y guardiacárceles que "temían" a los "intelectuales" detenidos, delaciones y lealtades: un mundo del que De Ípola logró en su momento tomar distancia y sobre el que aplicó su aguda mirada sociológica. Más de cuarenta años después, el tiempo parece haber depurado aquellos recuerdos. En estas páginas vuelven en relatos que, mientras muestran con elegancia y sin golpes bajos el lado más humano de una experiencia límite, logran no abandonar nunca el intento de entender. En la prolífica genealogía de trabajos que han contribuido a dar sentido a la experiencia política, social y cultural de la última dictadura, este libro es una muestra cabal de la potencia de las ciencias sociales para acomodarse -junto con el arte, seguramente- entre las herramientas que permiten a los seres humanos encontrar significado aun en el límite y en el absurdo.
La derrota del derecho en América Latina
Roberto Gargarellasingular
En muchos países de América Latina los ciudadanos de a pie sienten que el poder político está en manos de una minoría y que el voto periódico no alcanza como mecanismo de control. La justicia está cuestionada y hay casos en que juega al filo de las reglas democráticas. Tendemos a pensar que el principal problema es la corrupción o la impunidad de los funcionarios, y que para salvar el sistema bastaría que un Poder Judicial imparcial e independiente hiciera respetar la Constitución. Pero ¿y si el problema estuviera, precisamente, en nuestras constituciones? ¿Qué pasaría si alguien nos dijera que esos "textos sagrados" esconden desde sus orígenes, como un secreto, un alma elitista, hostil al gobierno de las mayorías? Roberto Gargarella, uno de los mayores especialistas en derecho constitucional, desarma magistralmente los lugares comunes de la discusión y plantea que, para que la democracia se parezca cada vez más a una "conversación entre iguales", con mecanismos reales de participación ciudadana, primero hay que entender la verdadera raíz de la crisis. Nuestras constituciones se forjaron a mediados del siglo XIX para organizar países que habían atravesado guerras civiles. La prioridad era distribuir el poder entre las minorías ilustradas y mantener a raya a las masas, sinónimo de violencia y caos. Casi doscientos años después, y pese a que en el siglo XX hubo valiosas reformas que reconocieron derechos, nuestro sistema institucional está marcado por ese elitismo originario y por la desconfianza democrática. Jueces con cargos vitalicios y enormes privilegios tienen la última palabra constitucional, mientras que las autoridades políticas procuran recortar o colonizar esas atribuciones. El famoso esquema de frenos y contrapesos termina siendo en los hechos un mecanismo espurio de pactos y negociaciones entre dirigentes aislados de la ciudadanía, con el único fin de preservar sus condiciones de excepción. ¿Es esta la derrota definitiva del derecho? A través de siete tesis originales y punzantes, Roberto Gargarella pone en cuestión, sin concesiones, las bases mismas del derecho en nuestro continente, planteando un escenario alarmante, hecho de impulsos poco democráticos y falta de escrúpulos éticos en el ejercicio profesional. Pero también muestra, con una convicción inquebrantable, un camino por recorrer y un horizonte de salida.