Horacio Tarcus
Nació en Buenos Aires en 1955. Es doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, docente de la Universidad Nacional de San Martín e investigador principal del Conicet. En 1998 fue uno de los fundadores del CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas), del cual es director. Recibió en 2003 la Beca Guggenheim y en 2014 el Premio Konex a la trayectoria en los últimos diez años en el rubro Historia. Ha publicado, entre otras obras, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña (1996), Mariátegui en la Argentina (2002), Diccionario biográfico de la izquierda argentina (2007) y El socialismo romántico en el Río de la Plata (2016). Siglo Veintiuno publicó su Marx en la Argentina (ed. revisada y actualizada, 2013) y tiene en preparación El Manifiesto Comunista en América Latina.
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Introducción general a la crítica de mí mismo
Ricardo Pigliavidas para leerlas
Horacio Tarcus, con su pasión por reconstruir las redes afectivas e intelectuales del mundo de las izquierdas, recibe a Ricardo Piglia en su archivo y juntos salen a recorrer la ebullición de los años sesenta y setenta en la Argentina. El resultado es este libro inolvidable. Yo milito en La Plata, estoy escribiendo mi primer volumen de cuentos, La invasión, y estoy terminando la carrera. Mi militancia era una militancia, digamos, con muchos problemas, desde el punto de vista de lo que eran los registros generales de la militancia. Entonces hacemos una reunión de célula en mi pieza de la pensión, donde estaban Luis, una piba que estudiaba Historia conmigo y un trotskista peruano que estaba estudiando en La Plata y que se dormía en las reuniones; éramos cuatro en la célula, y discutíamos los problemas de los frentes de trabajo. Y Luis, que era como hermano mío, pide la palabra y propone a la célula que eleve a la dirección que yo debo ser separado de mi puesto de secretario de la revista. ¡Una traición total! Decía que yo no era buen militante, que no daba buen ejemplo. El tipo no me dice nada antes: es como esas historias en que al tipo lo mandan al Gulag, y el que lo manda es su hermano del alma, en nombre de la Historia y del Proletariado Mundial. Seguramente, quería ser él el secretario de redacción Me acuerdo que dije: Bueno, que se vote. Entonces, ellos votaron juntos, yo me abstuve y creo que el peruano votó en contra. Y ellos elevaron mi separación a la dirección (que no les dio bola, imaginate). Al tipo yo le hice la cruz, nunca más lo saludé; no digo que el tipo no dijera lo que pensaba, incluso tenía todo el derecho del mundo, pero me hubiera dicho: Mirá, viejo. Esta conversación no es la versión oral de Los diarios de Emilio Renzi, sino la memoria detallada y chismosa de los sesenta y setenta. Del prólogo de María Moreno